Publicado en el Diario La Vanguardia en febrero de 2004
La capacidad de reaccionar ante las situaciones imprevistas que se presentan al volante se deteriora desde un nivel de alcoholemia de 0,2 gramos por decilitro, con el que actualmente es legal conducir en España.
Los quince gramos de alcohol que contienen una cerveza o un vaso de vino son suficientes para mermar las aptitudes de conducción, según distintos estudios que han analizado los efectos del alcohol al volante. Después, si se sigue bebiendo, el riesgo de accidentes aumenta de manera exponencial, lo que significa que el riesgo de accidente aumenta poco con la primera cerveza, pero aumenta mucho más con cada cerveza adicional.
Según el Servei Català de Trànsit, una alcoholemia de 0,2 gramos de alcohol por decilitro de sangre –equivalente a tomar un vaso de vino antes de conducir, una tasa actualmente autorizada– multiplica el riesgo de accidente por 1,5. Una alcoholemia de 0,8 –equivalente a cuatro vasos de vino– lo multiplica ya por 4,5. Y una alcoholemia de 1,5 –en que el conductor se siente ebrio– lo multiplica por 16.
“Personas distintas reaccionan de manera distinta al alcohol. Algunas personas tienen las facultades mermadas desde la primera copa, mientras que otras pueden beber más sin que les afecte tanto”, admite Joan Ramon Villalbí, de la Agència de Salut Pública de Barcelona. “Pero los estudios que han investigado los efectos del alcohol sobre la conducción son inequívocos. No hay ningún nivel de consumo de alcohol sin riesgo a la hora de conducir, porque los riesgos empiezan a aumentar desde dosis bajas.”
Las primeras facultades que se deterioran incluyen la atención dividida (es decir, la capacidad de prestar atención a varios estímulos a la vez, como el semáforo que se pone en ámbar y el coche que viene pegado detrás) y la rapidez para tomar una decisión ante un imprevisto (como frenar o acelerar en ese momento crítico).
A estas dosis bajas, el deterioro observado en los estudios es aún pequeño. Con un consumo de alcohol mayor, las facultades se deterioran aún más y otras aptitudes necesarias para la conducción empiezan a menguar.
“Aunque no nos demos cuenta, el cerebro realiza múltiples tareas complejas de manera simultánea cuando conducimos”, explica Ignasi Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Para una conducción segura, el cerebro debe mantenerse alerta, procesar una gran cantidad de información del entorno, tomar decisiones basadas en esta información de manera continua y ejecutar maniobras basadas en esta información. “Es lógico –señala Morgado– que las distintas actividades que realiza el cerebro al volante tengan niveles distintos de tolerancia al alcohol.”
Pero ninguna de estas actividades sigue intacta cuando se alcanza una alcoholemia de 0,8 –la tasa autorizada en España hasta 1999, cuando se redujo el nivel de alcoholemia para conductores a 0,5–. Al llegar a este nivel, el cerebro tiene ya alterados los reflejos, la percepción de las distancias, la apreciación de la velocidad y, como riesgo adicional, experimenta un estado de euforia que lleva a subestimar los riesgos.
“Las aptitudes para conducir pueden estar gravemente deterioradas incluso a niveles en que uno no es consciente de estar ebrio”, recuerda un informe de la Agencia de Seguridad de Tráfico en Autopistas de Estados Unidos.
Lo único que reduce la alcoholemia una vez el alcohol ha llegado a la sangre es el tiempo. El cuerpo humano metaboliza el alcohol a una velocidad media de 10 gramos por hora, por lo que hay que esperar por lo menos una hora para que no queden rastros de alcohol en la sangre tras tomar una copa de vino, informa Antoni Gual, jefe de la unidad de alcohología del hospital Clínic de Barcelona.
Ni tomar café, ni mojarse la cara con agua fría, ni bajar la ventanilla del coche para despejarse reducen el nivel de alcohol en la sangre, por lo que es erróneo creer que mitigan sus efectos. Otra creencia errónea es que si se evitan las bebidas de alta graduación, no hay peligro, ya que la alcoholemia no depende del tipo de bebida, sino de la cantidad de alcohol, y tres cervezas pueden tener tanto como un whisky doble. También es peligroso confiar en que si uno es corpulento, será más resistente al alcohol: una misma cantidad de alcohol suele provocar una alcoholemia menor en una persona de 90 kilos que en una de 60, pero también influyen otros factores, como el metabolismo de cada persona. Algunos fármacos de gran consumo, como los tranquilizantes, amplifican los efectos del alcohol y pueden afectar a la capacidad de conducir, aañade Antoni Gual.
Con todo, hay pocos estudios que hayan analizado cuántos accidentes de tráfico se pueden atribuir a niveles bajos de alcoholemia. Se ha demostrado que hay una merma de las facultades de conducción a partir de la primera copa, pero no se ha demostrado que esta merma se traduzca en un aumento del número de accidentes. “Es posible que en niveles bajos de alcoholemia el cerebro compense el deterioro de algunas facultades potenciando otras. Habría que investigarlo”, advierte Ignasi Morgado. La afirmación de que una alcoholemia de 0,2 multiplica el riesgo de accidente por 1,5, pese a ser la estimación más plausible disponible por ahora, no ha sido demostrada de manera directa, sino que se basa en una extrapolación.
“No sabemos cuántos accidentes evitaríamos si la tasa máxima de alcoholemia para conductores de turismos se redujera de 0,5 a 0”, reconoció ayer Rafael Olmos, director del Servei Català de Trànsit. “Pero si nadie condujera tras haber tomado alcohol, se evitaría un tercio de los accidentes, esto sí lo sabemos. Y la alcoholemia cero tiene la ventaja de ser un mensaje inequívoco: no se puede conducir si se ha bebido, en ninguna circunstancia".