Como muchos jóvenes de su edad, un 55,1% exactamente según la última encuesta escolar elaborada por el Observatorio Español sobre Drogas, María José empezó a beber a los 15 años con sus amigos los fines de semana para divertirse. El vodka con limón y las cervezas fueron sus primeras bebidas.
Pero el problema que sería su sombra durante dos años vendría tiempo después. Hasta entonces, María José llevaba una vida de lo más normal. Estudiaba Ciencias Químicas y trabajaba en una empresa farmacéutica. Sin embargo, atravesaba una época con mucho estrés, estaba muy agobiada y pensó que el alcohol podría ayudarla.
De una copa en los momentos más tensos pasó a beber diariamente.En su casa comenzaron a desaparecer las botellas que sus padres tenían en el mueble bar, pero siempre se inventaba alguna excusa para ocultar que estaba bebiendo. «Me convertí en una mentirosa patológica», señala.
Caída en la depresión
«Cada vez me sentía más sola, más angustiada y caí en una depresión.Y entonces bebía para olvidar que estaba bebiendo», cuenta.Cuando ya no pudo más, se lo contó a su madre. «Todos en mi casa se quedaron muy sorprendidos. Nadie se lo esperaba». La llevaron al médico y ahí comenzó un periplo por psicólogos y psiquiatras sin demasiados resultados.
Fue en la Federación de Alcohólicos de la Comunidad de Madrid (Facoma) donde María José encontró la ayuda que necesitaba. Gente que había vivido su mismo calvario le tendió una mano que le permitió salir del infierno en que se había convertido su adicción.
María José pidió ayuda, pero son pocos los jóvenes que lo hacen. El alcohol es la droga más consumida y la que se considera menos peligrosa. Tan sólo un 41% de los jóvenes encuestados considera que el consumo de alcohol puede ocasionarles problemas graves frente a un 75% que cree que el tabaco es mucho más dañino.
Pero, ¿quién no brindará estas Navidades con una copa de cava? La cultura del alcohol está muy extendida en España. Son muchos los padres que restan importancia a la borrachera del fin de semana de sus hijos. «Déjale, si todos nos hemos emborrachado alguna vez, son jóvenes». «Comentarios como éste están en la boca de muchos padres», explica Leandro Palacios, responsable de la Unidad de Alcoholismo del Instituto Spiral en Madrid.
Pero, ¿qué buscan los jóvenes en el alcohol? Sobre todo, diversión.«Vivimos en la cultura del ocio, de la búsqueda del placer, y el alcohol, en un primer término, provoca eso precisamente, euforia, pero después se produce una caída en picado», comenta Palacios.
De caídas sabe mucho Juan Luis. Lleva ocho meses sin probar una gota de alcohol, un año y medio sin tomar cocaína y dos meses sin consumir hachís. Tiene 28 años y lleva ocho en la cuerda floja.
Empezó a beber a los 16 años con los amigos y terminó cerrando solo cada día los bares. «Llegué a estar tres semanas sin comer, sólo tomaba las tapas que me ponían con la bebida», explica.
Ahora está «estable», toma dos pastillas diarias para curar la depresión y la fobia social que le ha provocado el alcohol y siente mucho miedo al pensar en una posible recaída.
En su cara se nota que lo ha pasado mal, muy mal. A él, la luz se le encendió el día que provocó un accidente. No le pasó nada, tampoco a los ocupantes del vehículo con el que chocó, pero vio sus caras y pensó que no podía seguir bebiendo.
Juan Luis se refugió en el alcohol para enmascarar su inseguridad. «Era muy tímido, todavía lo soy, y el alcohol me ayudaba a desinhibirme, a relacionarme con la gente», explica. «Después me fui aislando, sólo quería estar solo y beber, copas y más copas», prosigue.
Su rehabilitación tampoco está siendo fácil. Ansiolíticos -tranquilizantes-, antidepresivos y revulsivos -medicamentos que producen taquicardias si los mezclas con alcohol- han sido sus compañeros de viaje en estos meses.
El mono al dejar de tomar alcohol es tan intenso como el de otras drogas, consideradas más peligrosas. «Pero», como explica Leandro Palacios, psicólogo clínico de la Fundación Spiral, «el alcohol es la única droga en la que te puedes morir por exceso o por defecto, por coma etílico o por delirium tremens».
María José y Juan Luis quisieron un buen día tomar las riendas de su vida y dejar de ser marionetas en manos del alcohol. El tiempo les ha hecho comprender que «si le echas un pulso al alcohol vas a terminar perdiéndolo».
«Para un joven no beber es situarse con los torpes»
Todavía no existen centros especializados en alcoholismo juvenil.Son pocos los jóvenes que piden ayuda y, casi siempre, son los padres los que se acercan a los centros buscando orientación.
«Normalmente pasan entre tres y siete años hasta que las personas con problemas con el alcohol solicitan ayuda. Y aunque muchos empezaron bebiendo con 20 años cuando acuden al centro tienen casi 30», comenta Leandro Palacios, responsable de la Unidad de Alcoholismo del Instituto Spiral en Madrid.
Una vez que el joven acude al centro se le hará un pequeño cuestionario para saber cuánta cantidad de alcohol está bebiendo, si lo hace todos los días o sólo los fines de semana de forma explosiva o cuando tiene un problema personal.
También se intentará saber si el consumo de alcohol está trastocando otras parcelas de su vida como su trabajo, sus estudios, su vida personal o social. Sólo entonces se podrá diagnosticar que padece una adicción al alcohol. «Es importante estar pendiente de lo que hace un adolescente, pero sin exagerar», asegura Palacios.
Después, lo más importante, es que la persona se dé cuenta de que tiene un problema. «Eso es quizá lo más difícil. El enfermo se autoengaña y engaña. Yo vengo aquí porque dicen que tengo un problema. Y bebo, pues lo normal, una botella de whisky diario.La voluntad hay que construirla», comenta Palacios.
Y es que convencer al alcohólico de que lo que ve todos los días en la calle, en los bares, en las cafeterías es un problema es muy complicado.
«Para un joven de 20 años el no beber sitúa a la persona en el pelotón de los torpes o en el de lo extraños. No hay una droga que genere un presión social tan grande como el alcohol», asegura el psicólogo clínico Leandro Palacios.
«Además, cuando deja de beber, el alcohólico tiene que convivir diariamente con su adicción, algo que no ocurre con otras drogas», prosigue.
Por eso, el tratamiento tiene que abordarse desde cuatro perspectivas.La terapia personal, la de grupo, la familiar y la intervención médico farmacológica y psiquiátrica.
«El enfermo tiene que saber que curarse de cualquier adicción, incluida la del alcohol, no es imposible pero tampoco es cuestión de días. Normalmente, el tratamiento suele durar de uno a dos años. Dejar de beber sin una reeducación para q
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