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«El hachís es la moneda mafiosa»
Fecha: 21.01.2004 Fuente: elcorreodigital.com

Rafael Rosselló. Foto: Bernardo Corral
Rafael Rosselló describe en un libro el mundo de los narcotraficantes del Estrecho tras haber pasado dos años introducido en una banda

J. MÉNDEZ/BILBAO
 
El cultivo de hachís en el norte de Marruecos genera un volumen de negocio de 10.000 millones de euros al año. 800.000 personas, un tercio de la población de la comarca, trabaja directamente en su cultivo, según un informe de la ONU. Ante semejante miel, las moscas acuden por millares. Rafael Rosselló, un antiguo capitán de la Marina Mercante establecido en la Costa del Sol y con conexiones con la "jet" marbellí, asegura haberse introducido durante dos años en una red de contrabandistas de "costo". Su experiencia ha quedado plasmada en la novela "Los contrabandistas del Estrecho. La ruta del hachís" (Span Ediciones).

A través de la ficción, Rosselló repasa la actividad mercantil y mafiosa que acompaña al tráfico de "chocolate". Rosselló constata que, junto al contrabandista "tradicional", reciclado del matute de tabaco, han aparecido nuevas mafias que usan el hachís «como moneda». Un kilo de hachís costaba 1,5 euros hace tres años en Ketama, diez veces más en una playa marroquí. Puesto en la Costa del Sol, 600 euros .Y, en Holanda, 4.200. «Un kilo de cocaína está hoy en 18.000 euros». «Así que las nuevas mafias de la Costa del Sol cambian hachís por coca o por armas. Y esa cocaína vuelve a España, donde hace mucho daño. Son mafias muy peligrosas. Yo he sido testigo casual de un ajuste de cuentas. Dos tipos en una moto asesinaron delante de mí en un restaurante a una persona que yo sabía que estaba implicada en el negocio». ¿De dónde saca el novelista su historia? Rosselló asegura que del contacto directo con los contrabandistas. En su urbanización de Estepona conoció a un vecino argelino que le dijo que se dedicaba a la compra-venta de maquinaria. Pero poco después supo que lo suyo era el hachís. Y le pidió conocer el ambiente.

Motoras de lujo

Asegura haber participado en un buen número de pases, siempre a bordo de motoras de lujo de hasta 20 metros de eslora alijadas con 2.000 kilos de "costo". Miles de millones de pesetas se mueven de costa a costa. Y todo está controlado. «Untan a los policías marroquíes para que hagan la vista gorda. ¿A la Guardia Civil? No. Hay tantos departamentos que no lo hacen. En el negocio todos van a la parte, como en la pesca: El 20% de la venta se la queda el barco, un 15% es para quien descarga en la playa y un 5% para quien guarda la droga en tierra hasta su recogida. El resto es beneficio para el comprador». En medio, la picaresca, los robos, los lobos, los engaños. El hampa.

El novelista asegura que en cada entrega viaja un hombre al que llaman "garantía", un supervisor del vendedor que controla la operación. «Las lanchas llegan a la bocana de un puerto y de tierra salen "zodiacs" a recoger la mercancía», asegura. Dice que siempre "trabajan" con Luna Nueva y que las lanchas de carga salen al atardecer. «Cada paquete lleva una marca con un sello para garantizar el origen y la calidad del productor. Es curioso -dice-, desde hace 3.000 años la esencia del cáñamo, el aceite de hachís, se usa en cocina, para hacer pastelillos. El polen, que es lo que queda después de apalear la planta, cuesta 2.400 euros en Málaga. Se alija en lanchas rápidas. Y el aceite se pasa en garrafas».

El escritor recuerda que la grifa era sólo cosa de legionarios, que cuando pasó a llamarse hachís arrasó entre los jóvenes «y ahora que le llaman hash fumarse un canuto es algo "glamuroso". ¿Malos ratos? Temí por mi vida varias veces, aunque no me di ni cuenta. ¿Por qué lo hice? Hay cosas que no tienen un porqué. En mi caso, me embaucó la historia del contrabando».

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