Drogas y comunicación
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Fecha:
14.11.2004
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Fuente:
elcorreodigital
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Artículo de opinión de Matentxo Arruabarrena, Concejala del PNV en el ayuntamiento de Vitoria- Gasteiz publicado en diario el correo digital
Hace unos días estaba realizando unas compras cuando coincidí con la madre de una joven que, por circunstancias, conocí hace algunos años. Por aquel entonces, la joven era una niña ejemplar con buen comportamiento y excelentes notas; actualmente cursa COU, pero ha decidido dejarlo con tal convicción que hasta se ha dado de baja oficialmente. Tanto la madre como el padre ya habían sido citados en el centro escolar, al menos en dos ocasiones, porque su hija faltaba reiteradamente a las clases. La situación familiar se presenta difícil, angustiosa y tensa puesto que la joven no tiene intención de estudiar ninguna otra cosa y tampoco quiere trabajar. A la menor presión, amenaza con irse de casa.
El asunto me pareció muy serio, pero no pude hacer otra cosa que escuchar a la madre y alentarle para que siguiera intentando que su hija se mantenga ocupada. No di mi opinión y tampoco podría haberla dado sin más datos, pero el asunto parece apuntar al consumo de drogas u otros hábitos poco saludables.
Quiero relacionar esta vivencia personal con lo que en los últimos días hemos leído y escuchado en los medios de comunicación los alarmantes datos que se registran respecto al número de consumidores de cocaína. Parece que en diez años se ha duplicado su consumo, también el de cannabis y éxtasis. Junto a ello, cada vez más jóvenes se emborrachan el fin de semana.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué es lo que no funciona? Si nos detenemos y miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta, por una parte, de que el esfuerzo es un valor en decadencia; por otra, parece que casi se identifica drogas con diversión. Ello sin olvidar, o precisamente por eso, que las drogas suponen una pérdida de conciencia.
Hoy en día los valores y hábitos de conducta se aprenden en el seno de la familia, pero puede parecer que hay ocasiones en que nuestros jóvenes carecen de ellos. En realidad, no es así. Tienen valores. Lo que ocurre es que su valor principal es que no se les impongan normas. Paralelamente, en la familia también se ha producido un cambio: los padres y madres de hoy no estamos tanto tiempo con nuestros hijos e hijas y en muchos de los casos cuesta llegar a la comunicación. Junto a eso, a los niños y jóvenes les damos todo. El esfuerzo que tienen que hacer para conseguir un móvil o cualquier artilugio electrónico de última generación es tan pequeño que en muchas ocasiones el valor que dan al trabajo o la responsabilidad es nulo.
Recientemente leía un artículo escrito por una mediadora familiar en el que se decía que «las normas no suponen ni autoritarismo ni imposición, sino una especie de regla de juego. A cada relación le corresponderá un determinado grado de mutua tolerancia, que se establece a partir de la negociación de las partes. Aquí quienes lo van a tener más difícil van a ser los padres».
Nos encontramos, por un lado, con los valores que imperan en nuestra juventud y el escaso esfuerzo que tienen que hacer para conseguir lo que quieren. Por otro, a nuestros jóvenes les van llegando distintos tipos de mensajes que les confunden. Hay voces que les dicen que no pasa nada, que cada persona es libre para disfrutar y que cada uno puede hacer lo que quiera. Otras les hacen saber que cualquier droga es mala para el organismo. Ese cruce de ideas les aturde y, en muchas ocasiones, acaban optando por lo más fácil, que es aceptar lo que se les ofrece sin pararse a pensar. Al final, fumarse un porro o "colocarse" con una pastilla ha pasado de ser algo socialmente marginal o perseguido a convertirse casi en moda.
A mi juicio, tendrían que intensificarse los niveles de prevención y enseñar a nuestros jóvenes a decir no y a poner límites a lo que les piden los demás. También deben aprender a mejorar la propia estima, a valorarse a sí mismos y a tomar decisiones inteligentes. El consumo debe ser responsable, se deben valorar los riesgos que entraña y también se debe ser capaz de optar por el rechazo al consumo. Nuestros jóvenes tienen que saber que uno se puede divertir fumando un porro, pero teniendo en cuenta que si a la larga disminuye la atención, concentración y memoria, no compensa.
Intensificando el sentido real de los valores, cada joven o niño tiene que entender que las cosas importantes cuestan esfuerzo y que, por ejemplo, no aprobarán si no estudian, si no meten horas o si no trabajan bien. Nuestra sociedad ha ido avanzando. De lo que tenían nuestros padres a lo que tenemos nosotros, todo se ha multiplicado por cien, pero ¿es eso lo que van tener nuestros hijos e hijas? Seguramente no, aunque ellos piensen que sí. Sus aspiraciones son muy elevadas y la frustración, cuando no logran lo que quieren, es mayor. Es entonces cuando recurren a cualquier estrategia evasiva. Una de ellas, el consumo de drogas.
«Las drogas no son el problema, sino la mala solución a un problema». Desde la infancia debemos enseñar a nuestros hijos e hijas a aguantar frustraciones, aceptando que no todo se puede conseguir. Comunicándonos, jugando con ellos, compartiendo aficiones, practicando juntos un deporte, eligiendo un juguete o terminando de leer un libro hasta la última página. Son actividades en las que pequeños y mayores podemos participar.
Alguien dijo alguna vez que educar a un hijo o hija es como sostener en la mano una pastilla de jabón mojada: si aprietas mucho se escurre, pero si no ejerces la presión suficiente se te resbala de las manos. Educar supone una mezcla de muchos ingredientes: tolerancia, diálogo, firmeza, muchísimo cariño Y, sobre todo, comunicación, toneladas de comunicación.
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