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Vidas nuevas sin alcohol
Fecha: 09.02.2012 Fuente: www.noticiasdealava.com

Cartel de Alcohólicos Anónimos colocado en un hospital.
Florentino y Marian, dos miembros activos de alcohólicos anónimos, han puesto a raya a su particular bestia.

La adicción al alcohol convirtió sus vidas en un caos, en una deriva. Empezaron a beber muy jóvenes, como tantas otras personas, pero lo que en un principio consideraban como un acto más de socialización no tardó en transformarse en dependencia, hasta verse atrapados en una espiral sin retorno que les hizo perder la salud, el dinero, el juicio y algunas amistades. Han pasado ya muchos años desde que Florentino y Marian consiguieron poner a raya a su bestia particular, pero saben que ésta puede volver a despertar en cualquier momento. Por eso siguen siendo dos veteranos y activos miembros de Alcohólicos Anónimos (AA), una comunidad mundial cuyo único requisito para pertenecer es el deseo de dejar la bebida. Y que se nutre del apoyo mutuo de sus integrantes para lograr ese objetivo. Su enunciado lo especifica con claridad. "No se pagan honorarios ni cuotas, manteniéndonos con nuestras voluntarias contribuciones sin recibirlas ajenas. AA no está afiliada a ninguna organización, no respalda ni se opone a ninguna causa, siendo nuestro objetivo mantenernos sobrios y ayudar a otros alcohólicos a alcanzar el estado de sobriedad".


La organización cuenta con miles de grupos en todo el mundo, cuatro de ellos en Vitoria, los únicos que hay en la provincia. Se ubican en el Casco Viejo y en los barrios de Adurza, Arriaga y Arana. Florentino abre las puertas del local que acoge las sesiones de este último grupo, el más veterano en la ciudad.


31 años le contemplan, un aniversario que celebró hace apenas dos semanas. A sus 64, Florentino entró en Alcohólicos Anónimos hace ya 34, cuando sólo existía una agrupación en Gasteiz, en la calle La Paloma, y él "ya había tocado fondo".


Nacido en Zamora pero instalado en la capital alavesa desde muy joven, recuerda su primer contacto con el alcohol como el del "clásico de aquí de Vitoria". Comenzó con el vino y ya cuando sólo sumaba 24 años ya tenía "bastantes problemas", que se agudizaron cuando realizó el servicio militar y posteriormente se trasladó a vivir a París. De ahí, a Barcelona, donde su día a día fue "un desastre total". Salía muy pronto de casa, gastaba ingentes cantidades de dinero en bebida, "iba de un lado para otro", y cuando despertaba a la mañana siguiente ni siquiera recordaba dónde había estado. "Igual salía de casa con 5.000 ó 6.000 pesetas de las de antes y llegaba sólo con calderilla", asegura.


Regresó a Vitoria "echo un trapico", hasta que un miembro de AA que conoció en la sede del sindicato CNT le invitó a integrarse en el grupo local para encontrar una salida a su adicción. "Si tenía dinero acababa como las garrapatas, tirado en el suelo. Me tenían que llevar a casa, era terrible". En su caso, beber también tenía asociadas otras cosas. "El póker, el bacarrá, la pelota, las mujeres… Todo. Te transforma y te lleva a todas partes", recuerda. Entrar en el colectivo y compartir su experiencia fue "algo mágico, milagroso". De un día para otro dejó de beber y así, hasta ahora. "Yo no creía en nada ni en nadie. Era una persona muy violenta, muy de izquierdas. Creía que iba a comerme el mundo, pero el mundo me comió a mí", admite.


Al igual que Florentino y Marian, muchas personas han logrado en Alcohólicos Anónimos comenzar una nueva vida sin alcohol, el monstruo que alimenta su enfermedad. Cerca de 60 gasteiztarras acuden habitualmente a las sesiones que se celebran en los cuatro grupos dispersos por la ciudad, todos de perfiles muy diferentes. "Lo ideal es seguir viniendo siempre a las reuniones, porque de lo contrario es más fácil recaer. Nos seguimos necesitando, porque no tenemos personas de fuera que nos hagan las cosas. La palabra superado no existe", advierte Marian. Esta riojana de nacimiento pero vitoriana de adopción comenzó a coquetear con el alcohol a los 16 años e ingresó en AA a los 22, cuando ya estaba "muy enganchada". Su cuñado le animó a dar el paso tras un infructuoso paso por el médico. "Pensaba que me iba a morir agarrada a una botella de alcohol. Mi pensamiento sólo estaba en beber, pero no se me ocurrió pensar jamás que yo sería una alcohólica", rememora.


días... y noches Durante su juventud, las borracheras duraban horas, días enteros seguidos de sus noches. Varios vermús por la mañana, cañas y vinos por la tarde, poteo un poco después, y por la noche "todo lo que pillaba". Acudió a AA cargada de escepticismo, con la sensación de que aquello no iba con ella. También con miedo, el de enfrentarse a una vida sin alcohol en la que ya no podría divertirse. "Llegué y la mayoría eran hombres, gente mayor. Y al principio no quería saber nada. Hasta que hablé con ellos y me convencieron, pero me costó cinco meses aceptar que era alcohólica", advierte Marian. A partir de ahí nunca más tuvo el deseo de beber. "Me cansé de sufrir", asegura.


Alejarse del alcohol no es sencillo en una sociedad donde beber está a la orden del día, presente en cualquier festejo o en celebraciones familiares y entre amigos. "Pensaba que cuando lo dejase me mirarían como a un bicho raro, aunque al final no ha sido así", admite Marian. "Cuando vas a ciertos sitios, como una boda, o celebras una Nochevieja... No es que lo eches en falta, ya no me llama el beber, pero parece que el mundo que te rodea te hace extraño", añade Florentino. El comentario no es baladí, porque cuando su alcoholismo alcanzó las cosas más altas "no podía parar de beber". Lo intentó dejar en múltiples ocasiones, pero siempre recaía. "El no poder parar es una cosa terrible, que no se la deseo ni a mi mayor enemigo. Una vez estuve como 12 días sin beber, hasta que fui a unas fiestas de San Fermín y pasé allí cinco días terribles", recuerda.


Una docena son también los pasos que los miembros de la comunidad


deben seguir para superar su adicción. Es algo así como la Biblia de Alcohólicos Anónimos. "Compartimos un tema, cada día uno diferente, y con esos 12 pasos hacemos una recuperación progresiva, compartiendo nuestras experiencias", explica Marian. Los integrantes del grupo se presentan con su nombre, no necesariamente el real, y a partir de ahí arranca el proceso de recuperación. La autoestima es una de las cuestiones que más se trabaja en las terapias, junto con el control del ego, uno de los principales déficits que definen el carácter de los alcohólicos. Finalizada cada sesión, los miembros del grupo se pasan una bolsa en la que, mediante su voluntad, pueden ayudar al sostenimiento económico del colectivo. Básicamente para el alquiler del local, los gastos de luz, agua o calefacción y la literatura de apoyo.


Llaman a la puerta y entra una mujer para solicitar información. Como también sucedió con Marian y Florentino, suele ser un familiar quien empuja a los futuros miembros de Alcohólicos Anónimos a integrarse en el colectivo. En este caso, la hermana de un hombre con problemas.