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Hijos de toxicómanas, reos de un dios menor
Fecha: 16.03.2006 Fuente: Diario Montañés

La Residencia asiste a partos de bebés con síndrome de abstinencia La mortalidad perinatal, inferior a 28 días, supera a la media normal

ALFONSO RUIZ/SANTANDER

«La violencia, la pobreza, la prostitución y las drogas tienen nombre de mujer». La frase corresponde a la senadora "popular" Isabel San Baldomero. Pero cometió un error. Omitió a todos aquellos que, sin quererlo, sufren con mayor intensidad los diabólicos efectos de esa dinamita que corroe las venas y empaña sentimientos. De la droga. Víctimas indirectas, e inocentes, como son los hijos del drogodependiente. Los niños. En la Residencia Cantabria tienen la absoluta certeza. Todos los años asisten partos de bebés que llegan al mundo sumidos en la espesura del síndrome de abstinencia. Del "mono".

Los problemas de drogodependencia en un adulto van más allá de su propia destrucción física. El primer problema que se suscita en el hospital a la hora de abordar el parto de una toxicómana es la tozuda falta de información. Las madres no han llevado ningún control sanitario, hasta el punto de que ni siquiera conocen cuando tuvieron su última menstruación. Además, no han contabilizado sus "monos" (durante el síndrome de abstinencia llega menos sangre a la placenta y ello provoca daños en el feto) y, por si fuera poco, el personal facultativo desconoce las cantidades y tipos de droga que consumen. A todo ello se suma que, casi con toda seguridad, este tipo de mujeres padecen déficit de nutrientes, carecen de hábitos de oxigenación, sufren infecciones y denotan tolerancia cruzada (necesitan dosis más altas de analgésicos -epidural, por ejemplo-).
Si el niño logra ver la luz, a pesar de los "blancos" que presentan los historiales clínicos, el análisis de meconio (deposición que el bebé almacena durante el período gestacional), y sobre todo de la orina y la sangre, subsana esta ausencia de información. Los problemas, sin embargo persisten.

Niños prematuros

Se trata de niños prematuros que arrastran deficiencias en el crecimiento (cabeza pequeña -microcefalia, no recuperable en cuanto a densidad neuronal-, talla reducida y peso inferior a lo normal que obliga a su tratamiento en incubadora); defectos de comportamiento (son niños hiperexcitables, llorones, casi permanentemente en vigilia, y con mayor número de deposiciones); débil maduración ósea e, incluso, aunque sólo en determinados casos, sufren algún tipo de malformación congénita y están sujetos a un alto riesgo de mortalidad perinatal (fallecimiento antes de los 28 días de vida). Todo ello, unido, hace que este tipo de bebés precisen de un tratamiento específico. Requieren una alimentación muy frecuente, en pequeñas cantidades y con un gran contenido calórico.

De ahí que, desde el mismo momento del alumbramiento, los hijos de drogodependientes sean separados del resto, dado que la terapia pediátrica, además de subsanar sus carencias, está orientada fundamentalmente a atender su excitabilidad, que esté tranquilo, lo que obliga en la mayor parte de los casos a la administración de fármacos que reduzcan la intensidad de sus "monos", caso del fenorbital e, incluso, la propia droga que utiliza la madre. «Este último supuesto -indicaron fuentes de la Residencia Cantabria-, lo intentamos evitar, porque el daño sociológico que puede generar en la madre es importante, ya que quizá considere "bueno" seguir tomando la droga al ver que, para curar a su hijo, también se le dispensa en el hospital». Además, antes de recibir el alta médica, este tipo de bebés son vacunados contra la hepatitis B.

Una vez en la calle, en los brazos de su madre, los problemas para ese bebé continúan multiplicándose, y el niño empieza a adquirir boletos para convertirse en un nuevo drogodependiente. No sólo por factores de índole genético, que existen, sino fundamentalmente por cuestiones de ámbito social.

«Son niños no deseados, que generalmente sufren maltratos y que se educan desde la ambivalencia afectiva, es decir, que un día les dan todo y otro nada; lo mismo que hacemos en el laboratorio para crear ratas neuróticas. Son chicos que tienen muchas papeletas para ser drogadictos en el futuro», ha señalado repetidas veces el psiquiatra José Carlos Fuertes. «Ser madre o padre, todos los sabemos, es una asignatura para la que se exige matrícula de honor»,añadió. Y casi siempre, la mujer drogodependiente no llega al "5".

Su actitud tiene disculpa en el ámbito sociosanitario. Quizá por su proximidad al problema, quizá por la cotidianidad de los escalofríos que suscita un bebé con adicción, los facultativos pretextan que las madres se encuentran con un embarazo no buscado. En muchos casos, y para conseguir su dosis, se prostituye, y cobra en dinero o en papelina. A los pocos meses, nace un niño con abstinencia. Un niño complicado, inaguantable. Y el maltrato físico y psíquico aparece. No tanto fruto de la maldad, dicen, como de la enfermedad. Porque la madre sí quiere a ese niño, aunque, claro está, antepone a su hijo otro cariño más fuerte: el que siente por la droga. La misma que le mata. La misma que le impide sentir ser "mamá".

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